Hoy queremos empezar con un cuento de Jorge Bucay
El mestro sufí
El Maestro sufí contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma…
-Maestro- lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado…
-Pido perdón por eso. – Se disculpó el maestro- Permíteme que en señal de reparación te invite con una rica fruta.
-Gracias maestro.- respondió halagado el discípulo.
-Quisiera, para agasajarse, pelarte tu fruta yo mismo ¿Me permites?
-Sí. Muchas gracias- dijo el discípulo.
– ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?…
– Me encantaría… Pero no quisiera abusar de su hospitalidad, maestro…
– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte…
-Permíteme que te lo mastique antes de dártelo….
-No maestro. ¡No me gustaría que hicieses eso! Se quejó, sorprendido el discípulo.
El maestro hizo una pausa y dijo:
– Si yo les explicara el sentido de cada cuento… sería como darles a comer una fruta masticada.
Y es que nos gusta tan poco la incertidumbre que preferimos tener todas las respuestas posibles antes de aventurarnos a buscarlas, y te preguntarás ¿por qué?
Nos gusta tenerlo todo demasiado controlado, somos adictos del control, y cuando imaginamos o intuimos que podemos perder el control de las cosas, perder el control de lo que conocemos, somos capaces de agarrarnos con fuerza y apego a todo lo que tenemos, en vez de soltarnos y fluir con las circunstancias, aceptando los cambios, experimentando, aprendiendo.
Al igual que en el cuento de Jorge Bucay no podemos tenerlo todo masticado, ya que la vida carecería de sentido y tener las soluciones nos impediría buscar otras distintas a las que tenemos, nos quedaríamos solo con lo conocido
¿No os parecería aburrido?
¿Qué sería de la vida hoy si nadie se hubiese hecho preguntas?
¿Si nadie hubiese querido arriesgar a sumergirse en lo desconocido?
¿Si nadie hubiese tenido ideas para mejorar?
La vida, aunque tiene mucho de matemática, no es exacta, fluye en un espiral de incertidumbre constante y aunque no queramos ser conscientes de ello, aunque queramos negarlo, no sabemos que nos puede pasar en el minuto siguiente, que tiempo va a hacer, como vamos a estar, donde, con quién…
Para aprender lo que no sabemos hay que dar el primer paso, y lanzarse a transitar esa incertidumbre es necesario y vital para expandir nuestra caja, nuestra zona de confort y aunque de mucho miedo no tener los pies firmes en él suelo, es el precio a pagar para tener la vida que soñamos, que deseamos y quizá la única forma de encontrar la paz ante tantas preguntas sin responder.
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